“Ese cuadro me fascina a mí porque hay un acuerdo sonoro, táctil,
luminoso, de ritmos, en la hendidura, en el orificio. Algo del cuadro encaja
con mi matriz psíquica”.[1]
Visitamos museos, exposiciones de cuadros de tal o cual
artista, estilo o corriente pictórica. Algo nos lleva a esa primera elección y
de repente uno de ellos nos fascina, quedamos atrapados, envueltos en su magia.
¿Qué sucedió? Tal vez un encuentro en la danza entre el artista y el espectador
a través de un instrumento: el cuadro y su núcleo: la mirada.
En palabras de Juan David Nasio:
El cuadro no fascina a todo el mundo por igual, hay un cuadro que me
fascina a mí, pero no a todos. Ese cuadro me fascina a mí porque hay un acuerdo
sonoro, táctil, luminoso, de ritmos, en la hendidura, en el orificio. Algo del
cuadro encaja con mi matriz psíquica.[2]
Mirada y fascinación
Lacan en su Seminario XI “Los Cuatro Conceptos
Fundamentales del Psicoanálisis” se pregunta ¿Qué es la pintura? ¿De qué se
trata en un sujeto humano el dedicarse a hacer con ella un cuadro? ¿Cuál es la
función del cuadro en relación a su espectador?
Algo de esto intentaremos responder tomando sus planteos a
la luz del decir de Juan David Nasio en su libro “La Mirada en Psicoanálisis”,
por supuesto no-todo podrá ser dicho.
Comenzamos nuestro recorrido a partir de lo expresado por
Lacan:
En el cuadro, dicen unos, el artista
quiere ser sujeto, y el arte de la pintura se distingue de todos los demás por
el hecho de que, en la obra, el propósito del artista es imponerse a nosotros
como sujeto, como mirada. Otros replican destacando la condición de objeto del
producto del arte. En ambas direcciones se manifiesta algo más o menos
apropiado que, en todo caso, no agota el asunto.
Voy a proponer la tesis siguiente -
ciertamente, algo que tiene que ver con la mirada se manifiesta siempre en el
cuadro. Bien lo sabe el pintor, porque su elección de un modo de mirada, así se
atenga a ella o la varíe, es en verdad su moral, su indagación, su norte, su
ejercicio. Aun en los cuadros más desprovistos de lo que se suele llamar
mirada, o sea, un par de ojos, cuadros donde no hay ninguna representación de
la figura humana, tal o cual paisaje de pintor holandés o flamenco, acabarán
viendo, como en filigrana, algo tan específico de cada pintor que tendrán la
sensación de la presencia de la mirada. […]
La función del cuadro para aquel a
quien el pintor, literalmente, da a ver su cuadro tiene una relación con la
mirada. Esta relación no radica, como pareciera en un primer acercamiento, en
que el cuadro es una trampa de cazar miradas. Podría pensarse que el pintor,
como el actor, busca metérsenos por los ojos, que desea ser mirado. No lo creo.
Creo que hay una relación con la mirada del aficionado, pero más compleja. A
quien va a ver su cuadro, el pintor da algo que, al menos en gran parte de la
pintura, podríamos resumir así - ¿Quieres mirar? ¡Pues aquí tienes, ve esto! Le
da su pitanza al ojo, pero invita a quien está ante el cuadro a deponer su
mirada, como se deponen las armas. Este es el efecto pacificador, apolíneo, de
la pintura. Se le da algo al ojo, no a la mirada, algo que entraña un abandono,
un deponer la mirada.
El problema es que toda una faz de la
pintura se separa de este campo - la pintura expresionista. Esta, y es lo que
la distingue, brinda algo que procura cierta satisfacción - en el sentido en
que Freud usa el término cuando se trata de satisfacción de la pulsión cierta
satisfacción a lo que la mirada pide.[3]
Nasio destaca dentro del término “mirada” la coexistencia de dos
sentidos, por un lado como acto perceptivo y por otro como satisfacción de ese
acto, como energía que se pierde y que está en el núcleo, que sostiene, que es
causa. “Esta última acepción de la mirada, como satisfacción, producida y
productora del acto, la llamaremos -de acuerdo con Lacan- goce. Más
exactamente: goce - objeto; y más exactamente aún: objeto a.”[4]
No nos reservamos la intriga para el final. Lo que está en juego entre
pintor y espectador es el objeto a
mirada. Hay un goce manifiesto en el momento de la fascinación.
Acordamos con Lacan que en
principio somos mirados. “En lo visible, la mirada que está afuera me determina
intrínsecamente. Por la mirada entro en la luz, y de la mirada recibo su
efecto.”[5]
El mirar no nace en el yo sino que lo
sorprende. Somos despertados y enceguecidos por esa luz que encandila. Algo en
el inconsciente se pone en marcha como acto pulsional despertando un mirar
interno mientras el yo imaginario ha quedado confuso, encandilado, enceguecido
por ese punto de luz vibrante.
El acto de mirar no responde a
la chispa cual acto reflejo:
“…es un acto
inconsciente, desencadenado por una luz que viene desde el Otro, desde fuera,
pero cuando se cumple ese acto se desarrolla un movimiento cerrado sobre sí
mismo, trazado en las dimensiones simbólicas y reales de las pulsiones inconscientes
y no ya en lo imaginario del yo.”[6]
Ahora bien, en este punto es importante aclarar a qué nos referimos
cuando hablamos de luz. La respuesta es simple: al brillo fálico.
“La experiencia de la fascinación es la experiencia de estar
confrontado a la imagen fálica que aparece dándose ella misma, dándose ella
misma en lo que ella es, es decir, puro brillo, pura brillantez.”[7]
La fascinación se produce en el límite de lo imaginario. Las imágenes
en las que se reconoce el yo desaparecen al mismo tiempo que ese yo se da y se
muestra en su radical esencia de ser una imagen sexual, un falo imaginario. “Es
como si el yo de pronto fuera disuelto y no apareciera más que en tanto brillo,
encandilamiento reverberante, intermitente. Es ahí cuando somos fascinados,
estamos fascinados, allí es dónde estamos enceguecidos. Y es en esas
condiciones donde surge la mirada.”[8]
“Nuevamente, como si la imagen
fálica, el falo imaginario, la luz intermitente, reverberante, estuviera tan
quemada, tan vibrante por el fuego que está detrás que es el goce, que ella nos
reenvía a nuestro goce, a nuestro elemento más íntimo que es aquello que es
goce en nosotros. Por eso digo que hay fascinación. La fascinación es en última
instancia, la experiencia de estar confrontados a una imagen que evoca de una
manera tan pura el goce que despierta en nosotros el goce. Eso es la
fascinación.”[9]
Es en el momento del impacto frente a un cuadro, en ese momento de
fascinación en el que el circuito de la pulsión escópica se produce. Cuando el
circuito de la pulsión se cierra aparece el sujeto inconsciente. “El yo
imaginario –el yo vidente- desaparece para dar lugar a otra instancia: el
sujeto escópico inconsciente. […] El
sujeto escópico es el nombre que damos para designar el efecto de la
experiencia del acto de mirar. Hace falta que se cumpla el circuito
aloerótico-autoerótico, si no, no hay ni sujeto escópico, ni acto. Yo diría que
antes de esto, no hay mirada.”[10]
Mirada como deseo al Otro
“El cuadro me encandila y no hay palabras. El cuadro me encandila, me
fascina. Me atrapa esa experiencia de fascinación, esa experiencia casi
silenciosa. No silenciosa en el sentido de que no hay lenguaje: silenciosa
porque no hay demanda, no hay pedido formulado.”[11]
Es claro, en el cuadro no se trata de demanda, se trata de deseo, pero
no de deseo del Otro, sino de deseo al Otro.
En palabras de Lacan:
Modificando la fórmula que doy del deseo en tanto que inconsciente - el
deseo del hombre es el deseo del Otro - diré que se trata de una especie de
deseo al Otro, en cuyo extremo está el dar-a-ver. ¿En qué sentido procura
sosiego ese dar-a-ver -a no ser en el sentido de que existe en quien mira un
apetito del ojo? Este apetito del ojo al que hay que alimentar da su valor de
encanto a la pintura.[12]
Hay que llegar a este registro del ojo desesperado por la mirada para
captar el fondo civilizador, el factor de sosiego y encantador de la función
del cuadro[13]
“El circuito de la pulsión escópica es un
circuito que está orientado hacia el Otro. […] Es un deseo al Otro.”[14]
En la mirada y la voz, a diferencia de lo anal y lo oral, no está
presente la demanda sino el deseo. Lo excitante que hace desencadenar el
circuito pulsional es el menos phi, la imagen fálica, el falo imaginario. El
elemento determinante no es que el Otro pida, sino que haya algo que fascine. Ese
ojo desesperado por la mirada queda capturado, fascinado en la misma invitación
hecha por la pintura a deponer la mirada.
“Deseo al Otro significa que la
mirada va hacia el Otro y roba la mirada, nos hace hacer ese circuito y nos
está quitando la mirada, y se desprende la mirada.”[15]
La pintura invita al renunciamiento, de ahí la satisfacción que produce
su función de “doma-mirada”. Mirada domada, satisfacción garantizada.
Finalmente no olvidemos que la elección del cuadro para el análisis de
la mirada no es azarosa, es consecuencia de las simples palabras de nuestro
guía en este pequeño trayecto: “…todo es un cuadro, el mundo es un cuadro.”[16]
Lic. Marcela Alejandra Lamata
[1] Nasio,
J.D. (2009) La Mirada en Psicoanálisis. Editorial Gedisa, España, p. 116
[2] Idem
[3] Lacan,
J. (1964) El Seminario de Jacques Lacan, Libro 11, Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis. Ediciones Paidós, Buenos Aires, p. 107,108
[4] Nasio,
Idem p.24
[5] Lacan, Idem p.113
[6] Nasio,
Idem p.49
[7] Nasio,
Idem p.52
[8] Nasio,
Idem p.52
[9] Nasio,
Idem p. 54
[10] Nasio,
Idem p.95
[11] Nasio, Idem p.105
[12] Lacan, Idem p. 120,121
[13] Lacan, Idem p. 123
[14] Nasio,
Idem p. 109
[15] Nasio,
Idem p. 170
[16] Nasio,
Idem p.79
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